Blogia
- Sioux, diario de un indio -

personajes

El dibujante

Una vez conocí a un personaje realmente peculiar. Cada noche, a eso de las nueve, se sentaba en el mostrador de una cafetería cercana a mi domicilio. Cuando le servían una caña de cerveza y una tapa (un día un pincho de tortilla, otro unas patatas bravas...), tomaba un trocito de tiza de las que usaban los camareros para anotar el importe de las consumiciones en el mostrador y procedía a dibujar sobre el mismo el retrato de un cliente, el que más le llamara la atención. Lo hacia con una maestría y velocidad que dejaba pasmado a cualquiera que observara su labor, que era ejecutada con la más absoluta discreción.

El cliente que estaba siendo dibujado nunca reparaba en ello de no ser que conociera de antemano el proceder del dibujante, tal como me ocurrió a mí en cierta ocasión. Cuando terminaba su dibujo el dibujante apuraba su bebida y se despedía hasta el día siguiente, dejando su obra abandonada a merced del trapo del camarero. Entonces éste, que lo conocía desde hacia años, esperaba a que el cliente retratado se acercara al mostrador a pagar la consumición y entonces le llamaba la atención sobre el dibujo. Había quien no se lo tomaba demasiado bien, pero por lo general la gente se quedaba de una pieza al ver su cara magistralmente dibujada en blanco sobre el mostrador de aluminio. Entonces Angel, el camarero más veterano, borraba el dibujo con un trapo y terminaba de limpiar el trozo de mostrador que había ocupado el dibujante.

Hacia años que no sabia nada de este singular personaje, hasta que en cierta ocasión un cliente habitual de la cafetería me contó que Angel, el antiguo camarero del local que solía borrar los dibujos del mostrador y que ya se había jubilado, le había contado que cierto día el dibujante sufrió un desmayo en el cuarto de baño de la cafetería, y se quedo allí, tendido en el suelo sin que los camareros se dieran cuenta, hasta que cerraron el local.

En la mañana siguiente, el viejo camarero abrió el establecimiento ya que a él le correspondía el turno de mañana. Cuando entró en el local y encendió las luces, encontró una escena dantesca: El cliente dibujante se había ahorcado con su propio cinturón, pasando un extremo por su cuello y atando el otro al soporte metálico del televisor que se encontraba en un rincón de la sala colgado de la pared.

La escena, ya suficientemente tétrica en sí, quedaba completada por la multitud de dibujos de caras horribles, demoníacas y deformadas por inhumanas expresiones de terror que cubrían el mostrador por entero, asi como buena parte del suelo y las paredes.

Más tarde, el viejo camarero que tantos dibujos borrara, llegó a comentar a sus amigos más allegados que las caras que dibujó el suicida antes de ahorcarse eran todas y cada una de las que había dibujado en todos los años en los que había acudido a la cafetería, pero que mientras en las anteriores ocasiones los dibujos mostraban el fiel reflejo del aspecto de los clientes retratados, las que dibujó en la noche de su muerte solo mostraban sufrimiento, horror, agonía y desesperación.

El recuerdo de aquellos dibujos siguió apareciendo en la memoria del bueno de Angel durante años, impidiéndole dormir placidamente un muchas ocasiones. Por suerte, yo nunca vi mi propio rostro tal como lo dibujo el suicida la noche de su muerte.