Blogia
- Sioux, diario de un indio -

La pinche boda

Ayer lunes estuve tomando un café con un buen amigo. Se llama Carlos, es mexicano y regenta un restaurante en España desde hace seis años. Vive un par de puertas más abajo que yo, en la misma calle, y de vez en cuando nos encontramos en el bar de la esquina a la hora del café, nos saludamos y charlamos durante un rato.

Ayer Carlos estaba cansado, acababa de llegar de la Republica Dominicana donde ha estado pasando unas semanas de vacaciones con unos familiares que viven en aquel país.

Le pregunté que tal le había ido en el viaje, a lo que me contesto que bien, estupendamente. Exceptuando el último día, todo fue muy bien. Me interesé por ese último día, que por la forma de decirlo parecía que le había fastidiado el resto de las vacaciones, y así me relató la jornada:

- Veras guey, tengo allá en la Dominicana un primo que se llama Calixto y que es camarero como yo. Hace años que no nos veíamos, y la verdad es que lo hemos pasado muy bien estos días porque hemos platicado mucho y nos hemos contado muchas cosas de nuestras vidas. Pero andaba el hombre un poco apurado porque el último día de mi estancia allá, el sábado, él tenia que trabajar, pero por desgracia se había lastimado un tobillo y no podía acudir a su trabajo.

Entonces yo pensé “tengo que ayudar a mi primo”, y me ofrecí a trabajar por él para que no perdiera el puesto. Me lo agradeció mucho, y ese día, a eso de las cinco de la tarde me presente en una lujosa finca para sustituir a mi familiar.

Guey, tendrías que haber visto la chabola. Era enorme y había lujo por todas partes. Para entrar tuve que enseñar una identificación que me dio mi primo, que por suerte tiene mis mismos apellidos y la misma inicial en el nombre, y además nos parecemos mucho. El caso es que en la entrada de servicio había más gorilas que en el zoo. Nos cachearon a todos los camareros como si fueran de la “migra”, y eso que éramos unos trescientos pinches camareros, guey, no te digo más.

Una vez dentro nos dieron el uniforme, y un “maitre” nos dio los últimos detalles sobre el trabajo a los camareros. A eso de las siete de la tarde empezaron a llegar los invitados, y ¿Sabes cuantos eran? ¡Más de mil quinientos! ¡Mil quinientos chingados invitados, guey! Yo no había visto a tanta gente junta en mi vida, hermano.

Bueno, el caso es que parece ser que aquello era una boda. Me enteré porque me lo dijo otro camarero. Parece ser que se casaba la hija de un señor muy rico de Venezuela y un
pariente del rey de España, o de Franco, no sé guey, no entendí bien. Aunque por otro lado oí que era pretendiente a la corona de Francia. Bueno, en todo caso era alguien muy grande y con muchos nombres, eso sí.

Lo que no entendía yo es como metieron a tantos invitados en una iglesia tan chiquita como la de allá, donde se celebró la boda. Luego me explicaron que casi todos habían visto la ceremonia desde afuera, desde una especie de carpa de circo donde había una enorme pantalla de video ¡De video, guey! ¿Te imaginas? ¡Vieron la boda como si vieran un film en el cine, guey!

Y... ¿sabes quien habló en la boda? ¡El Papa, guey! ¡El mismísimo Papa de Roma les daba la enhorabuena a los pinches novios, guey! ¡Qué grande! ¡Híjole, que nivel! Yo vi la boda un rato desde bien lejos, y fue divertida de verdad. Y muy variada. Me aburrí un poco cuando cantaron cosas de Haydn y Haendel, Bach y Mozart y gente de esa que hace música seria, pero luego cantaron unos Españoles que se llaman Los del Río, que me gustaron mucho más. Lástima de corridos mejicanos, pero no se puede tener todo.

Y bueno, cuando termino la boda y llegaron los novios a la casa, se quedaron parados en un sitio y empezaron a pasar por delante los invitados para saludarlos y darles la enhorabuena. ¡Tardaron dos horas, hermano! ¡Pasaron los mil quinientos pinches invitados! Podrían haberlo hecho también por video, los muy pendejos, que hubiera sido más rápido, pero parece que no cayeron.

Menos mal que mientras iban haciendo cola para saludar a la feliz pareja, nosotros íbamos repartiendo caviar, bogavantes y champán entre los invitados. Yo no sé si la gente rica esta acostumbrada a comer caviar y chingadas de esas, pero allí lo devoraban, guey. Lo ponían en tostaditas con una cucharilla y lo engullían como si llevaran una semana sin comer.

Yo no entendía aquello muy bien, pero claro, yo nunca había probado el caviar de beluga, hermano, ni ningún otro, así es que en un descuido del maitre, me metí en un rincón de la cocina con una de las latas de caviar que estaba por la mitad (por cierto, eran de cinco kilos cada una), una cuchara y una botella de champán, que era de marca moet y chandon o algo así.

Me senté en el suelo de la cocina, y como no encontré tostaditas, tuve que probar el caviar a palo seco, así es que cogí la cuchara y empecé a comer directamente de la lata, ¡Como puro macho! Las bolitas negras no me gustaron mucho al principio, me sabían a arenque, guey, pero a base de bajarlas a base de lingotazos de champán (a morro, porque se me olvido coger una copa) fueron pasando por el gañote.

El caso es que cuando me quise dar cuenta me había terminado la pinche lata y la botella, guey. Me costó un poco levantarme del suelo, pero cuando lo conseguí me arregle un poco la pajarita del uniforme y allá que me fui a seguir trabajando.

Yo no sé si fue por la botella de champán o por qué fue, pero el caso es que ya me encontraba yo más a gustito en la boda, guey. Lástima que había demasiada gente por allí para mi gusto. Entonces pensé que realmente no era yo el que tenia que estar allí trabajando, sino mi pinche primo, y decidí que no hacia falta que trabajara más. Ya sabían que había estado allí, y el patrón de mi primo ya le pagaría a él el jornal. Así es que le di la bandeja que llevaba en la mano a un señor que vestía como los guardias del palacio ese de Londres y me fui a dar una vuelta entre los invitados.

Para que no supieran que era un camarero renegado le di la vuelta a la chaqueta blanca del uniforme, y como tenia el forro negro parecía que vestía un smoking. Perfecto. Me cogí una copita de champán y unas cuantas tostadas con más caviar de la chingada, me guardé un bogavante en el bolsillo por si se terminaban y me puse a disfrutar yo también de la boda.

¡Y vaya si la disfruté, guey! ¡Están locos estos pinches ricos! El que menos me decía que era conde, o duque, o cosas de esas de la aristocracia. Incluso estuve platicando con uno que me decía que era el príncipe de Austria “¿Sí, de verdad? ¡No mames, guey!” Le contesté yo. Luego resulta que si lo era, el pinche cabrón. Entonces yo, para no quedar en mal sitio, cuando alguien me preguntaba les decía que era el Marqués de la Gran Chingada ¡Y se lo creían, guey! ¡Que pendejos!

Intenté acercarme a los novios, pero cuanto más me acercaba a la novia para felicitarla, más tipos grandotes con cara de malas pulgas me rodeaban, no más. Así es que desistí, pero si diré que iban los dos muy guapos. Después me dijeron que el traje de ella los habían hecho unos españoles, Victorio y Luchino, creo que se llaman, que también estaban en la boda, y que habían ido desde España con el traje en el avión privado del papá de la novia. El chico iba vestido con el uniforme de Bailio de la Gran Cruz de la Orden de Malta y la insignia de la orden dinástica francesa del Espíritu Santo y... ¿qué como sé yo eso? ¡Me lo contaron, guey! ¿Cómo chingados iba yo a saber todos eso, si no?

Y así fue pasando la noche. Yo me tomé otras cuantas copas más de champán, pero ya no comí nada más porque me notaba el estomago un poco pesado. Lo bueno de la fiesta vino cuando un guey se subió al escenario y se puso a cantar el “Avemaría” del David Bisbal. La neta es que el pinche se parecía mucho al cantante. Tenia sus ricitos y hacia las mismas pendejadas en el escenario. ¿Y sabes qué hermano? ¡También era verdad! ¡Era el David Bisbal de verdad, el de la Chenoa! ¡Híjole, qué bueno! ¡Ya solo faltaba el Juan Luis Guerra cantando bachatas!

¿Y adivinen qué? Tres horas y cinco copas de champán más tarde se subió al escenario... ¡el mismísimo Juan Luis Guerra a cantar bachatas! Guey, que bien me lo pasé esa noche.

Bueno, me lo estaba pasando en grande hasta que la tripa me hizo un movimiento en falso. No sé muy bien que pasó, pero el caso es que tuve el tiempo justo para soltar el bogavante que me estaba comiendo y la copa de champán y salir corriendo hacia el pinche cuarto de baño más cercano. A partir de ese momento empezó la agonía, y en las siguientes dos horas fui al excusado otras siete veces más. Juro que no volveré a probar el caviar de su chingada madre en lo que me queda de vida, no más.

Y así terminó la fiesta para mí. Una limusina me llevo de vuelta a casa de mi primo, y casi sin dormir tome el vuelo que me trajo de vuelta acá. Lo siento mucho por las azafatas que tuvieron que soportar mis idas y venidas al excusado, pero así es la vida de los ricos. Uno se atiborra de caviar, y luego se la pasa chingando a los demás.

3 comentarios

gladiator -

Esta guay guey, vaya tela. Yo estuve una vez en una recepción de millonetis y, la verdad, parecía que no habían comido en toda la semana para hacer un hueco en su estómago, vaya manera desagradable de devorar, no se le puede llamar comer ... tan finos como parecían al llegar ....

Sioux -

Me alegro de que te guste, Guey. Lo del Bisbal y el caviar es todo cierto. Lo que de verdad es inventado es el amigo mexicano (bueno, tengo varios, pero ninguno trabajo en la boda).

Mauricio -

Ah¡ que guey.
No se si tu amigo invento todo eso con lo del Bisbal y el cabiar...
pero esta divertido. muero de risa.
recibe un fuerte abrazo cabron¡