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- Sioux, diario de un indio -

Los 4 de El Cholo. Introducción

Esta es la historia de un bar. Mejor dicho, esta es la historia de un bar y de sus clientes. El nombre real del establecimiento en cuestión es “Bar-Cafetería La Alameda”, aunque la parroquia habitual lo conoce como el bar del Cholo.

El Cholo es argentino, de Buenos Aires concretamente. Huyó de la dictadura militar de su país en 1.977 cuando sólo contaba veinte años y se vino a vivir a Cádiz con una hermana de su madre, también española. Ahora debe tener unos cuarenta y seis años, y aunque hace muchos años que salió de su país no le ha abandonado el acento platense. Luce unas incipientes entradas, lleva el pelo un poco largo por detrás y tiene una nariz grande que descansa sobre un enorme bigote. Es alto y delgado, casi escuálido, y siempre usa una camisa blanca y un delantal del mismo color cuando esta detrás de la barra, aunque al poco de ponérselo ya suele mostrar alguna que otra mancha. Dejó de fumar hace siete años, pero no ha podido abandonar la mala costumbre de masticar un palillo de dientes continuamente.

La verdad es que el bar del Cholo es un bar como cualquier otro de cualquier barrio de cualquier ciudad. Tiene sus mesas redondas de mármol con patas metálicas a juego con las sillas, -también de metal oscuro- y un espejo grande en una de las paredes, al estilo de las viejas cafeterías. La única circunstancia que lo diferencia de los demás bares es que exhibe varios carteles con motivos de Argentina colgados en las paredes. Uno de ellos es, como era muy de esperar, una fotografía del ídolo del Cholo, Diego Armando Maradona, jugando con la camiseta albiceleste de la selección argentina. En otra pared hay un dibujo de Mafalda, y también se puede ver tras la barra el inevitable calendario con una modelo en bikini, que evidentemente en este caso muestra a la rubia Valeria Mazza.

Al entrar en el bar por una de las dos amplias puertas acristaladas se puede ver en la pared de enfrente un televisor de veinticinco pulgadas colocado sobre un soporte sujeto a la pared mediante unos tornillos. Debajo de éste es donde esta el espejo, el cual ofrece al local una sensación de amplitud que realmente no tiene. En la pared de la izquierda están las puertas de los servicios, y en la de la derecha se sitúa el mostrador. En medio se ubican seis mesas con sus correspondientes sillas, además de una estufa que intenta caldear el local en invierno.

El establecimiento se encuentra en la Avenida de la Alameda, la cual le da el nombre. Esta avenida parte por la mitad el barrio de San José, un tranquilo conjunto de casas que tiene la ventaja de no encontrarse en los suburbios de la ciudad ni tampoco en el centro, sino en una especie de “tierra de nadie”, virtud muy apreciada por sus habitantes, casi todos ellos trabajadores de clase media.

La clientela del bar del Cholo se puede considerar de las más fieles de la ciudad. Por las mañanas suelen acudir a eso de las ocho y media o nueve a tomar el desayuno los trabajadores de un taller metalúrgico cercano y los de un almacén de pinturas situado en la esquina de la avenida. Al mediodía suelen acudir los mismos trabajadores a comer (Menú del día por seis euros: Primer y segundo plato, vino con gaseosa para beber. Pan y postre incluidos), y por la tarde, a eso de las cinco, suelen aparecer un grupo de ancianos que a falta de una mejor ocupación se dedican a ver pasar la vida sentados en una de las mesas mientras toman un café con leche, charlan, y juegan una partida de dominó.

Este grupo de clientes es conocido por demás como Los cuatro del Cholo, ya que es muy extraño que alguno de ellos falte a su cita diaria en el bar. El primero en llegar siempre es Francisco Navarro, Paco para los amigos. Es subteniente retirado de la Guardia Civil y un amante del orden y las buenas costumbres. Llega puntualmente a las cuatro y media, llueva, nieve o truene, y entra por la puerta vestido impecablemente con chaqueta y corbata, luciendo la insignia de la benemérita en la solapa y atusándose el espeso bigote que mantiene como recuerdo de sus tiempos en el cuerpo.

Generalmente el que llega en segundo lugar es Gabriel Fernández, antiguo funcionario de correos cuya mayor pasión en la vida son sus dos hijas y sus dos nietos y cuyo mayor disgusto es la costumbre que han adoptado sus compañeros de tertulia de llamarle el cartero. Por algún inexplicable motivo siempre olvida que la puerta del establecimiento se abre hacia fuera, y mientras intenta abrirla empujando siempre se oye la voz de alguno de sus amigos gritarle con guasa desde dentro del local: “¡Cartero, llama dos veces!”

Un poco más tarde suele aparecer Desiderio Fonseca, el mayor del grupo. A sus setenta y cuatro años conserva la cabeza perfectamente amueblada, aunque es considerado por sus amigos como el despiste personificado. Desiderio es de esas personas capaces de recordar exactamente algo que sucedió hace cincuenta años, pero también es capaz de llegar al bar con la chaqueta del pijama puesta, o de bajar a la calle a comprar el pan y olvidarse por completo del motivo de su salida, teniendo que volver a subir para preguntárselo a su esposa.

Invariablemente el ultimo en aparecer es Jeremías Van Beheden, también llamado por sus amigos El Holandés. Jeremías es una de esas personas que ha desempeñado mil trabajos en la vida, desde cocinero hasta guardaespaldas o fotógrafo de guerra, pero que no se considera profesional de ninguno de ellos, y que ha vivido en mil lugares distintos, pero que tampoco se considera parte de ninguno, ya que si se le pregunta suele responder que él es ciudadano del mundo. Suele llegar pasadas las cinco y cuarto, siempre ataviado con su inseparable gorra de marinero y su barba blanca. Realmente no es holandés, sino gerundense, aunque sí lo era su padre.

Probablemente sea Jeremías el único que a veces pone la nota discordante en el grupo, ya que tiene unas ideas un tanto particulares acerca de diversos temas. En la mayoría de ellos -política, religión, etc- choca frontalmente con Paco, lo que a veces ha dado pie a amargas discusiones. En todo caso, hace tiempo ya que no tienen problemas porque en el fondo se aprecian mucho y no suelen dar pie a empezar una discusión que pudiera terminal mal.

Hechas las presentaciones, en los siguientes capítulos pasaremos a contemplar esas cuantas horas que los cuantro amigos pasan en el bar. Escucharemos sus conversaciones, sus puntos de vista, sus criticas y sus halagos. Se suele decir que es un buen ejercicio escuchar a los mayores, porque ellos son más sabios que nosotros. Eso es lo que haremos a partir de ahora. Bienvenidos al bar del Cholo.

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