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- Sioux, diario de un indio -

Viajes II

Hay gente que no lo ve así, pero para mí el viajar es un placer, una de las cosas que más me gusta hacer. Es algo a lo que no me he podido dedicar todo lo que me hubiera gustado, unas veces por falta de tiempo y otras por falta de recursos económicos (esta ultima la mayoría de las veces), pero bueno, alguna vuelta si que me he dado, y la verdad es que cada vez me gusta más. Me da igual irme un par de días a un camping en la sierra, que una semana a visitar una ciudad, que pasar dos semanas pateando el Pirineo, el caso es salir y conocer sitios nuevos.

Pero en mi humilde opinión, no se trata solo de conocer los sitios, es decir de ver los lugares, paisajes o monumentos y punto, sino que esta actividad se debería completar con el acercamiento a la gente del lugar, a sus costumbres, gastronomía, idioma, arte, historia, forma de vida, etc.

La verdad es que no entiendo como es posible que haya gente que se va de vacaciones a un país extranjero y no se comunica con nadie más que con sus propios compatriotas. De acuerdo que en muchos casos existe la barrera del idioma, pero qué menos que intentar mantener algún tipo de comunicación con los lugareños e intentar escuchar lo que tienen que contar de su tierra, sobre todo las personas mayores, que suelen tener el tiempo y la paciencia necesaria como para ponernos en antecedentes sobre su país y su cultura.

Tampoco entiendo a esos viajeros que teniendo la oportunidad de probar la gastronomía de un país se dedican a buscar una hamburguesería o una pizzería para comer. Teniendo en cuenta que las hamburguesas y las pizzas son iguales en todo el mundo, más o menos, ¿por qué no probar e intentar apreciar lo que comen los lugareños? Si no nos gusta, con no repetir la experiencia asunto resuelto, pero por lo menos sabremos como es su estilo de comida.

No quiero criticar, pero algo que no haría nunca es hacer un viaje organizado por una agencia (bueno, nunca se puede decir que de esta agua no beberé, pero no mientras pueda evitarlo). En esos viajes muchas veces se dan las circunstancias a las que me refería anteriormente. Se come tortilla de patatas, se viaja con compatriotas, y todo el mundo habla español. Eso por no hablar del ritmo infernal de visitas a los lugares emblemáticos del lugar, generalmente con prisas y sin posibilidad de detenerse donde a uno le interese so pena de retrasar el ritmo de los demás.

Así, cuando alguien vuelve de uno de estos viajes (por Italia, por ejemplo), se le puede oír comentar: “Estuvimos en el coliseo de Milán, que es donde jugaba antes el Inter. Navegamos con una góndola por los canales de Pisa, y vimos una torre que esta a punto de caerse, que esta en Roma, creo. Al ladito mismo del museo este … como se llama … ah, eso, el San Siro.” Tal vez el ejemplo sea un poco exagerado, lo admito, pero en la mayoría de estos viajes no da tiempo a saborear un lugar porque hay que cumplir un programa, y el tiempo apremia y son muchas las cosas que hay que ver. ¡Vamos!, ¡vamos!, ¡al autocar!

Y otra cosa que no acabo de comprender es la actitud de ciertas personas cuando viajan. Me refiero al caso del viajero que lleva una idea predeterminada sobre el lugar, y no la cambia ni por las buenas ni por las malas. Es el personaje típico que viaja a Méjico, por ejemplo, con la idea de que lo que va a encontrar allí son playas, ruinas mayas, comida picante y gente perezosa. Normalmente cuando vuelven siguen pensando igual, porque lo único que han hecho en su viaje ha sido ir a Cancún, a hacer cuatro fotos a Teotihuacan, y a un restaurante mejicano con sus correspondientes mariachis y sus jalapeños que cortan hasta la respiración. Y respecto a la gente … bueno, basta con que haya visto a una persona apoyada en la pared o con las manos en los bolsillos para que siga manteniendo la creencia de que todos los mejicanos son unos perezosos. No quiero ni pensar en la imagen que tiene mucha gente de otros países cuando vienen aquí. Esperan encontrarnos a todos bajitos, morenos, por supuesto toreros, bailando flamenco, poniéndonos de paella y de sangría hasta las trancas cada día, y yendo por la calle dando palmas y diciendo ¡ole! ¡olé!.

También suelen ser estos mismos individuos los que cuando viajan a un país supuestamente más avanzado o desarrollado que el suyo, como los EEUU por ejemplo, sobrevaloran cualquier cosa que ven y les falta tiempo para hacer el típico comentario: “Que bien hacen las cosas esta gente, no como nosotros, que somos unos chapuceros”, aunque lo que estén viendo, un edificio bonito por decir algo, sea una burda copia de un castillo medieval de los que tenemos por aquí a montones. Claro que como esta en los USA, pues ya es el colmo de la High Tech y la fashion. Curiosamente, cuando esos mismos viajeros de pacotilla van a un país menos desarrollado, son los que se dedican a mirar por encima del hombro a las gentes de ese país, clasificándolos de analfabetos para arriba aunque estén delante de la biblioteca de Alejandría.

En cualquier caso, y siempre en mi opinión, se trata de viajar y ver las cosas con la mente bien abierta. Conocer minimamente el lugar a donde se va, para así poder aprovechar mejor la visita, pero sin llevar las ideas preconcebidas sobre lo que se va a visitar. Aprender de lo que se ve y se oye en el lugar, no de lo que a uno le han contado, e intentar integrarse con la gente y las costumbres del lugar, o al menos conocerlas para poder apreciarlas en su justa medida.

Y esto vale igual para un fin de semana en Teruel o para un trekking en el Annapurna.

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