Blogia
- Sioux, diario de un indio -

Triunfar

Recuerdo que cuando yo era un chavalito, mis mayores me decían que tenía que estudiar para llegar a ser algo en la vida. Me decían que si no estudiaba, no podría tener un trabajo de los de estar sentado en una oficina ganando una pasta, si no que me vería obligado a ganarme el pan desempeñando un trabajo de los de estar subido en un andamio o cargando sacos de cemento todo el día a cambio de una miseria.

Como quiera que con el tiempo pasé de ser un chavalito a ser un chavalote, y con ello se me despertó cierto espíritu rebelde (no confundir con la estupidez, que ese es otro tema) pues no estudié lo que tendría que haber estudiado. La verdad es que me he arrepentido de ello una y mil veces, pero en fin, no me va tan mal. Tengo un trabajo de los de estar sentado en una oficina, y no es que gane un capital al mes pero tampoco me quejo.

Esta introducción sirve más que nada para comparar lo que pasaba en mis tiempos y lo que pasa en la actualidad. En mi caso concreto, sigo insistiéndole a mi chaval sobre lo de los estudios. No le digo que si no estudia tendrá que ganarse la vida colgado de un andamio, pero sí que intento inculcarle la idea de que cuanto mejor preparado esté más facilidades encontrará en el mundo laboral y, por consiguiente, en su vida en general (sí, porque será más feliz desempeñando un trabajo que le guste y que posiblemente estará mejor remunerado)

Pero hay ocasiones en las que dudo. ¿Debo recomendarle a mi hijo que estudie? ¿Debo recomendarle que haga lo que haga intente ser un profesional responsable con su trabajo? ¿Debo hacerle entender que elija el trabajo que elija intente ser bueno en él y hacerse valorar como profesional? No sé, a veces pienso que tal vez no deberíamos decirle a nuestros hijos que sigan una de las siguientes opciones:

1) Estudia. Estudia más. Estudia como un cabrón y termina una carrera. Aguanta a profesores a los que les importa un carajo que apruebes o no, siempre y cuando ellos tengan su sueldo de funcionarios asegurado. Gastaos el dinero –tu y/o tus padres- en la universidad, los libros, la residencia, etc. Pero no suspendas un año, porque tendrás que seguir estudiando, estudiando más, estudiando un año más como un cabrón. Cuando acabes la carrera, apúntate a las filas del INEM y conviértete en un parado más.

2) Trabaja. Trabaja más. Trabaja como un cabrón. Consigue experiencia, aunque para ello te paguen una miseria y tengas que pasarte años enteros viendo como sube el nivel de vida pero no tu sueldo. Trabaja, haz horas extras sin cobrarlas, renuncia a días de vacaciones porque al jefe se le ha antojado que hagas un trabajo superimportante justo en esos días que tenias para disfrutar y descansar. Trabaja sin desvanecer, y cuando ya no puedas más, sigue trabajando, trabajando más, trabajando como un cabrón.

Bueno, cabe decir aquí que los que pasen por el punto uno, posteriormente pasaran por el dos. La diferencia es que contarán con unos años menos de experiencia pero tendrán un título en el bolsillo.

Estas serían las dos opciones estándar, las que yo recomendaría a mi chaval (principalmente la numero uno) Pero como he dicho antes, a veces dudo si no deberíamos recomendarles una de las siguientes:

3) Preséntate a todos y cada uno de los cástings para concursos televisivos. No importa que quedes como un gilipollas. Lo que tienes que hacer en esos castings es soltar lindezas tales como “Yo soy un guarro y un pervertido sexual”, o bien “A mí me gusta el color amarillo y mis amigos me llaman Melocotoncito”. En todo caso, no te rindas si no te eligen a la primera, por que hay decenas de concursos. Unos están mejor pagados que otros, y las posibilidades de promoción también son distintas, pero por algo se empieza. Ten en cuenta que si te seleccionan para participar en un concurso de los que tienen una audiencia elevada ya tienes prácticamente la vida resuelta. Solo tienes que echarle un poco de cara al asunto, y en el caso de que seas una persona inteligente disimularlo todo lo que puedas.
De hecho, no es necesario que ganes el concurso. Incluso puedes quedar el último. Si empiezan a llamarte de otros programas para que acudas como tertuliano (curioso término éste) ya lo tienes todo ganado. Sólo limítate a sentarte en una mesa y a poner a parir a cualquiera que se cruce en tu camino. Da tu opinión -real o inventada- sin que te importe renunciar a los más elementales principios éticos. Reparte hostias dialécticas sin miedo a las represalias en forma de querellas que generalmente se quedan en nada. Aprende de los maestros y en poco tiempo serás un personaje respetado por unos y temido por otros, pero siempre investido del poder que te da el plantar tu careto delante de una cámara de televisión.

4) Canta. Haz lo mismo que en el punto anterior, pero canta. Preséntate a los programa / concurso descubridores de nuevos talentos musicales. Si tienes suerte y eres guapillo, si le gustas a las chavalillas adolescentes, ya tienes mucho ganado. No hace falta que sepas cantar, ni que tengas buena voz. Ni siquiera es necesario que sepas hablar, imagina que fácil es.
Cuando acabe el concurso, lo ganes o no, firma todos los contratos que una bandada de buitres te pondrán delante. Sólo serás un producto de laboratorio más, pero aprovéchalo mientras dure. Cuando se acabe el chollo y la gente (o los productores) se cansen de tu estúpida pose de niño guapo y marchoso puedes reengancharte con los que están siguiendo el punto anterior.

No sé cuál de estas últimas opciones es mejor, pero las dos funcionan. Esta demostrado que funcionan. Por lo menos, esa es la idea que deben captar los chavales cuando ven en televisión cómo personajes sin arte ni oficio se convierten en reyes mediáticos de la noche a la mañana.

El lema que les proponen está claro: No hace falta estudiar y no hace falta trabajar. ¿Para qué, si saliendo un poco en la tele y echándole un poco de morro a la vida en cuatro días puede uno convertirse en el rey del mambo? Que triste.

0 comentarios