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- Sioux, diario de un indio -

Viajes I

A mí me gusta mucho viajar, sí. Me gusta coger el coche y marcarme 1300 Km en una jornada, aunque hace tiempo que no lo hago porque es una autentica paliza. Cuando lo hacía, llegaba al destino, y al acostarme y cerrar los ojos para dormir seguía viendo la carretera y los coches viniendo hacia mí.

También me gusta el tren, sobretodo esos viajes largos de bocadillo de tortilla de patatas y lata de cocacola para cenar.

Incluso me gusta el barco, ya ven, aunque en su momento me pasara una larga temporada viviendo en uno de ellos invitado por el Ministerio de Defensa. Aún así me gustan.

Pero lo que más me gusta es el avión, de verdad. Esa sensación indescriptible de aceleración brutal que le hace a uno subírsele el estomago hacia la garganta cuando va a despegar es indescriptible.

Si les parece les cuento una anécdota de un viaje. Más que nada porque si termino el capitulo aquí no va a tener ninguna gracia (y me temo que aunque escriba quince folios más tampoco, pero bueno)

Hace unos dos o tres años hice un viaje a Barcelona por motivos que ahora no vienen al caso. En aquella ocasión fui de los primeros que embarcaron en el avión, y con la ayuda de una agraciada y muy simpática azafata rubita me costó poco trabajo encontrar mi asiento, en el lado de la ventanilla. Al cabo de unos minutos una mujer de unos cuarenta años con pinta de vampiresa ocupó el asiento de al lado, y a los cinco minutos más o menos, estando el avión a la mitad de su capacidad aproximadamente, comenzaron a entrar ancianitos en tropel, muy probablemente victimas... digo... clientes de uno de esos viajes organizados que tanto gustan a nuestros mayores.

El caso es que faltaban pocos minutos para el despegue, y los ancianos –todos ellos encantadores, eso si- no hacían mas que discutir sobre los asientos que tenían asignados, quedando todavía unos diez o doce de ellos de pie en el pasillo sin atinar a ubicarse en sus lugares correspondientes.

Debido a que los pasillos de un avión no son un ejemplo de amplitud, y a que los ancianos tampoco eran un ejemplo de agilidad precisamente, aquello cada vez se parecía más al famoso camarote de los hermanos Marx; Los vejetes moviéndose arriba y abajo por el pasillo amenazándose unos a otros con los bastones, la azafata rubita y poquita cosa y su compañera morena que estaban pasando un mal trago y se las veía cada vez más alteradas, los ancianos que ya se habían sentado pasando totalmente de comprobar su número de asiento para no tener que cedérselo a su legítimo ocupante si se habían equivocado... en fin, todo un caos.

Al poco el avión se puso en movimiento. Avanzó majestuoso por la pista, hizo un giro de 90 grados a la izquierda para embocar la pista principal y comenzó a tomar velocidad por la misma.

Resulta que un avión tiene que despegar por cojones cuando le dan permiso desde la torre de control. Resulta también que cuando un avión despega todos los pasajeros tiene que ir sentados y con el cinturón bien abrochado (por aquello de que los cadáveres no se desparramen por ahí, ya saben) Y como resulta que la mayoría de los ancianitos todavía estaban de pie en el pasillo pase a los ruegos de las azafatas, a mí personalmente me parecía que la situación ya no tenía remedio, y que o bien no íbamos a despegar, o que el piloto iba a dar un frenazo en el ultimo momento y los abueletes iban a salir todos rodando por el pasillo como si fueran bolos en una bolera, o bien el avión no iba a ser capaz de hacer un despegue en condiciones y nos íbamos a estrellar todos por culpa del Inserso.

Pero... ¡vaya si tuvo remedio! Aquella azafata adorable, rubita, delgadita y refinada, con aquellos dos ojitos azules que sonreían por sí solos con toda dulzura a los pasajeros, aquella misma azafata que parecía un angelito, que parecía una muñequita, en el ultimo momento gritó a pleno pulmón algo así como...

¡¡Que se sienten todos de una puta vez, cojones!!, ¡¡Ostia!!, ¡¡Me cago en la madre que me parió!! ¡¡Mecaguenlaputadeoros y en el que levantelculo del asiento, carajo!¡ ¡¡Al que se levante le meto una patada en el culo que lo saco del avión, coño!!

Joder, les juro que en mi vida he visto a nadie sentarse tan deprisa como aquellos abueletes. El pavo que esquivaba las balas en Matrix era un caracol a su lado. Y además se sentaron todos al mismo tiempo, cada uno en un asiento, sin pisarse. Parecía como si lo tuvieran programado, los tíos.

Fue una escena increíble. Los abuelos se quedaron todos sentados con cara de susto y sin atreverse a mover un músculo ni a mirar a la azafata rubita (que ya no me parecía tan poquita cosa, y ni siquiera tan adorable). La rubita se había quedado con la cara congestionada y la vena del cuello como una chistorra (pero se la veía mucho más relajada, eso sí). Yo me quede completamente pasmado. Y la vampiresa de al lado, que fue la primera en reaccionar, de pronto empezó a descojonarse a carcajada limpia, momento en el que todo el avión se echó a reír, rompiendo así el momento de tensión.

Al final, entre las dos azafatas recolocaron a los viajeros en el mas completo orden. Los abuelos no dieron ni un solo problema más (cualquiera se atrevía), y el viaje siguió con toda normalidad.

Bueno, casi. Porque cuando estábamos despegando, me fije en que una pieza de una de las alas del avión estaba sujeta por un pasador del estilo de aquellos que se veían hace años en los cuartos de baño a modo de pestillo. Si hombre, seguro que los han visto alguna vez. Son esos que tienen una especie de semi-arandela a un lado (imagínense el marco de la puerta) y un ganchito que sube y baja al otro (la puerta, digamos) Bueno, pues algo así es lo que mantenía sujeta esa pieza al ala. Pieza a la que en mi completa ignorancia aeronáutica llamaré “flap” (pero como si le llamara “hiperfluorador magneticoacustico de cola”, porque Uds. tampoco tienen ni pajolera idea de lo que les estoy hablando ¿a que no?)

Bueno, el caso es que durante todo el viaje el pestillo se estuvo moviendo de forma más que sospechosa, amenazando con salirse en cualquier momento. Yo no es que le tenga miedo a los aviones, ni es que sea un paranoico, pero cada vez estaba mas acojonado, sinceramente. El pestillito no hacia más que vibrar, y yo me pase algo así como la mitad del viaje mirándolo fijamente, esperando el fatídico momento en el que se soltara, se desprendiera el flap de los cojones y nos fuéramos todos al carajo (que nos estrelláramos, quiero decir)

Pero no. No paso nada, evidentemente. Sólo que unos momentos antes de tomar tierra en el aeropuerto de El Prat, el jodido pestillo terminó por soltarse del todo para mayor acojone por mi parte. Parece ser que estaba todo controlado y que era normal que se soltara, porque aterrizamos sin darnos la ostia que yo estaba esperando. Pero la verdad es que me parece muy raro que una pieza tan importante como el flap (o lo que coño sea) este sujeta solamente por un simple ganchito, ¿no? Igual lo ponen para mosquear al pobre pardillo que repare en él como yo -y darle el viaje, de paso- y realmente no tiene ninguna otra utilidad, no sé.

Bueno, otro día les cuento otro viaje.

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